Recuerdo perfectamente a una de mis primeras pacientes en consulta. Venía con una carpeta llena de dietas que había probado a lo largo de los años. Sabía de memoria qué alimentos “engordaban”, cuáles “adelgazaban”, y me recitaba las calorías de casi cualquier plato. Pero al terminar me dijo:
«Sé todo esto… y aun así no lo consigo. No puedo dejar de sentirme culpable cuando como.»
Ese día comprendí algo importante: la dificultad no estaba en el conocimiento nutricional, sino en su relación con la comida y con su cuerpo.
Lo que descubrí a lo largo de los años en la práctica clínica
Con los años he aprendido que este caso no era una excepción, sino más bien la norma.
En consulta, muchas veces nos encontramos con:
- Personas que saben lo que deberían comer, pero no logran aplicarlo.
- Pacientes que cargan con culpa si comen un helado o un trozo de pan.
- Aquellas que se pesan a diario y dejan que el número de la báscula defina su estado de ánimo.
- O quienes evitan reuniones sociales por miedo a “romper la dieta”.
Y, siendo honestas, también nosotras como profesionales hemos sentido la presión de ser “ejemplo” de cuerpo perfecto y alimentación intachable. Eso también es un obstáculo, porque cuando llevamos dentro un sesgo de peso interiorizado, sin darnos cuenta, lo transmitimos en consulta.
El cambio de mirada
Fue entonces cuando empecé a buscar otras formas de acompañar. Descubrí la psiconutrición, un abordaje que une el trabajo de la nutrición con el de la psicología, y que pone el foco en la relación que cada persona tiene con la comida, consigo misma y con su cuerpo.
Desde ahí, comprendí que no se trata de diseñar la dieta perfecta, sino de ayudar a cada persona a:
- Escuchar su cuerpo, reconectar con los distintos tipos de hambres y su plenitud.
- Neutralizar los alimentos y retomar el placer de comer sin culpa, dejando atrás los “buenos” o “malos”.
- Aceptar el cuerpo como un aliado, más allá del peso o la figura.
- Disfrutar de moverse, no como castigo, sino como cuidado.
Lo que dice la evidencia científica
Este cambio no es solo fruto de la experiencia clínica. La ciencia también nos lo está señalando: el reciente protocolo Cochrane (2025) sobre intervenciones no centradas en el peso subraya la importancia de enfoques como HAES, Alimentación intuitiva o Mindful eating, porque ayudan a reducir el daño que genera el estigma de peso y favorecen un mayor bienestar físico y mental.
Mi invitación como colega
Si alguna vez has sentido en consulta que el problema no está en los alimentos en sí, sino en la relación con la comida… quizá es hora de dar un paso hacia la psiconutrición.
Porque cualquiera de nosotras, nutricionista o psicóloga, puede darse cuenta de que lo que realmente necesitan las personas que acompañamos no es una lista de reglas, aunque sean pactadas, sino un espacio seguro para sanar su relación con la comida y el cuerpo.
Y créeme: cuando lo ves, cuando una persona logra dejar atrás la culpa y empieza a vivir la comida como un acto de libertad y cuidado… entiendes que tu trabajo como nutricionista tiene un sentido mucho más profundo.
Firmado:
Cualquiera de nosotras
Pdta. Consulta en la pestaña de servicios, la formación para profesionales que ofrece el Instituto Sanae.
Desde el inicio, Carla tuvo que enfrentarse a desafíos muy comunes en este tipo de acompañamiento.
En un punto determinado, ella sintió impaciencia por los resultados. Como muchas personas, Carla deseaba sentir cambios sólidos rápidamente. Había pasado años escuchando que las dietas prometían resultados inmediatos. Sin embargo, este camino era diferente. Aprender a confiar en su cuerpo, dejar atrás las reglas dietéticas y sustituir creencias limitantes, requería paciencia y constancia. Aunque al principio esto la frustró, pronto entendió que estaba reprogramando hábitos profundamente arraigados.
Carla tenía un diálogo interno lleno de juicios, así que la culpa por no seguir una dieta aparecía de vez en cuando. Si comía algo etiquetado de «prohibido» en el pasado, el sentimiento de culpa la abrumaba. En consulta, trabajamos en sustituir ese juicio por curiosidad, dándose permiso para explorar cómo los alimentos podían ser aliados en lugar de enemigos.
Por otro lado, Carla llegó con la creencia de que para sentirse bien consigo misma debía cambiar su cuerpo. Aunque lo descartó como objetivo al inicio del tratamiento, el deseo de perder peso seguía en su interior. Sin embargo, entendió que priorizar esto limitaría su progreso en la relación con la comida y su cuerpo. Así que trabajamos en que aprendiese a aceptar su cuerpo tal como era, aunque no estuviera conforme con su figura, y separarlo de la obsesión social por la delgadez.
Como profesional, mi mayor reto fue luchar contra mi propio sesgo de peso internalizado.
Solo desde la empatía pudimos acompañarla en sus objetivos, sin perpetuar sus juicios y autoestigma de peso.
En esencia, el proceso le devolvió la conexión con su propio cuerpo, transformando tanto su relación con la comida como la vida en general.
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Cualquiera de nosotras