Tras superar el difícil adiós a las dietas, hoy puedo decir que me siento mejor en mi cuerpo, sin haber alcanzado el peso y la figura con la que siempre fantaseé.
Permíteme que te cuente hoy parte de mi proceso para dejar las dietas atrás, para siempre.
Empecé haciendo un ejercicio: cogí papel y boli y escribí las creencias negativas que tenía sobre mi cuerpo. ¿Te apetece hacerlo a ti también?
Genial, pero tómate tu tiempo, si tienes prisa mejor hazlo en otro momento que estés más tranquila.
Para aprovechar este ejercicio necesitas identificar las creencias negativas que tienes sobre tu cuerpo y escribirlas todas.
Algunos ejemplos: “mi cuerpo no es presentable”, “hasta que no adelgace, no me querrá nadie”, “con este cuerpo no puedo ir a la playa”, “hasta que no adelgace, no puedo vestir estampados”…
Una vez tengas hecho esto, hazte las siguientes preguntas con cada una de ellas:
- ¿Cuándo fue la primera vez que asumí esta creencia?
- ¿Es una creencia basada en el miedo a la gordura?
- ¿Esta creencia está conectada con mis experiencias pasadas, con algo que alguien me dijo, quizás historias que me han contado o comentarios que he oído?
- ¿Por qué motivo creo esto?
Anotar las críticas que haces a tu cuerpo, y detectar las creencias que hay detrás, puede ayudar a mejorar tu estima corporal y dejar la idea de volver a hacer dieta.
Al contestar a estas preguntas, me di cuenta de que había asumido algunas cosas como ciertas, a pesar de no tener un sustento objetivo, en mi caso: no se te quiere por ser gorda.
Mi madre me solía hacer comentarios sobre mis michelines o mi trasero gordo, y lo decía con cierto tono de desprecio: “Mejor cambia de modelito por otro que te disimule las carnes”.
Mi madre era muy delgada, pero yo era gorda como mi padre y mi abuela paterna, por quien mi madre no sentía una gran simpatía. El juicio que mi madre emitía sobre mi cuerpo tenía una base emocional relacionada con su mala relación con su suegra (mi abuela).
Durante mi adolescencia recibí estos comentarios con un tono y una actitud despectiva y los viví como un insulto. Así fui asociando la forma de mi cuerpo con un sentimiento de desprecio.
Crecí creyendo que mi cuerpo debería ser de otra forma para ser “querida”, pensando que no lo era por mis “michelines y mi trasero grande”.
La insatisfacción corporal se fragua desde la infancia. Las experiencias pasadas no se puede ya borrar, pero podemos mejorar y coger fuerzas para “independizarnos” de las dietas.
Y, claro, desarrollé una insatisfacción corporal que me arrastró a dieta tras dieta durante años.
Tras estas reflexiones, entendí cuál era el camino a seguir: abandonar la intención de cambiar mi cuerpo con dietas y trabajar en una nueva mirada hacia él.
Pero claro, no iba a ser una tarea fácil, ni falta de piedras en el camino. La confianza corporal tarda en sentirse, pues el periodo de transición a vivir sin dietas es como un “campo de minas” emocional.
Dejar las dietas para siempre viene con regalito: altos y bajos emocionales, pero compensa.
Esto mejor te lo explico con un ejemplo:
Llevaba unos días comiendo variado y tranquila, moviéndome en la medida que me apetecía. No había dejado las galletas, pero ya no me atiborraba cuando las compraba. ¡Hasta las había sacado de su escondite! (el trastero).
Y, de repente, esperando a que los niños salieran de sus extraescolares, alguien nombró la PALABRA “operación bikini”.
Yo llevaba una semana de lo más calmada, pero empecé a sentir como un escalofrío interno y volvieron a mi cabeza los pensamientos de siempre “claro, si es que el verano está a la vuelta de la esquina y yo aquí haciendo el tonto”…
Inmediatamente pasé de la tranquilidad al desasosiego. Pero, más tarde, al sopesar los pros y contras de hacer dieta, volví a la calma.
Y así, en periodos de horas, días o semanas. Cada vez, eso sí, te dejas alterar con menos frecuencia por los comentarios de la cultura de la dieta.
Por otro lado, viví la decisión como una derrota, llegando a tener incluso una sensación de vacío.
Dejar el ciclo de las dietas para siempre se puede vivir como una derrota, pero ganamos más que perdemos.
La incomodidad es transitoria y requiere de más fortaleza e integridad que hacer dieta.
La mentalidad de dieta (“si no eres delgada, debes estar a dieta») está tan instaurada en nuestra sociedad, que cuando decidí ir contracorriente la gente incluso me miraba mal. Llegaron a aconsejarme, sin que yo se lo pidiera claro, que me cuidara… en idioma mentalidad de dieta: “come menos”.
Y, ¿sabes qué? llegué a sentirme perdida a la hora de comer, fíjate que ni siquiera sabía ya lo que era realmente disfrutar comiendo. Tantos años de dietas me habían conseguido desconectar de mis preferencias y mis gustos. Mi propio paladar estaba como anestesiado.
Tras años de dietas, una pierde la noción de lo que le gusta o no comer.
Una de las cosas que más me costó asumir fueron los cambios que mi cuerpo empezó a experimentar al dejar las dietas, sobre todo cuando gané talla (aunque no siempre es así, puede incluso ser al contrario).
Hoy en día, cuando siento que me aprieta la ropa, cambio “el lunes empiezo la dieta” de antes, por “esta talla ya no me va bien, tengo que comprarme unos pantalones nuevos porque mi cuerpo está cambiando gracias a que he soltado la restricción. Se está recuperando y busca una estabilidad”.
Soltar las dietas, por contra, me ha enseñado a reconectar con mis señales de hambre y plenitud, a respetar mi descanso y a disfrutar de mover mi cuerpo sin complejos. Ya no tengo la comida todo el día en mi cabeza y, sin embargo (aún no me lo creo) como con más orden, equilibrio y variedad que antes. Estoy feliz!!!
Bueno te dejo por hoy, que se me ha hecho tarde. He quedado para comer con mis amigas (hacía años que acudía solo al café por vergüenza de comer delante de ellas, pero claro, las ansias me hacían atiborrarme de comida antes en casa).
Seguiré con la historia de mi difícil adiós a las dietas en la próxima entrada del blog.
Gracias por escucharme.
Cualquiera de nosotras 😊
Lo que se publica en este blog tiene fines meramente informativos o educativos, en ningún caso sustituye el consejo individualizado de un nutricionista o médico.